jueves, 10 de julio de 2008

Una respuesta en Cinco parrafos distintos:

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Si se pensase en última instancia que el dedo que hace rato se había cortado, con saliva sanó, a pesar de toda la sangre y de la tierra, entonces, ¿que decir del ojo que percibe colores que no puede describir? Decir sería poco, sin saber nada de la luz que se esconde en todas las cosas. No se puede decir nada.

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Las conchas de chipichipis que cuelgan del collar de la mujer que los comió: los agarró de la playa al atardecer, les echó sal y limón, y ¡Listo! Se los comió y con sus conchas se hizo un collar que carga siempre. Habrá que preguntarle a ella cómo los chipichipis saben a colores (depende de las manchas rojas que tengan encima)


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Suenan los cascos de los caballos que pasan por la calle, y dejan sus marcas en las piedras y el asfalto fresco. Suenan como lamento, como un grito que se aferra al aire. Peor suenan los infelices, nunca parece que se están desboronando mientras caminan, y sus huellas duran tanto como las de los felices. ¿Y quien no va ser feliz? El pelo queda suavecito; los champús ahora vienen con sábila y avena. Lástima que el frasco dura tantos años por acá. Que mal, el plástico es muy duro; ahora, ya ni las bacterias pueden comer bien.


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El eucalipto refleja el calor fuera de la madera como un rojo incipiente en sus hojas y flores y brotes. El marsupial se las come. Al marsupial le gusta el calor, más si hace frío en Australia. El sombrero de cuero de vaca con dientes de caimán del biólogo que lo estudia, lo confirma. Sus cálculos con pedazos de marsupiales muertos,
lo confirman.


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Los murciélagos son ratones con alas. Por eso, ahora los túneles de las autopistas se hacen con caritas felices que dicen Buen viaje, regrese pronto; así, no chocan tanto con los parabrisas las pobres criaturas, y no hay tantos bichos pegados al parachoques. Los ingenieros se dieron cuenta de que el movimiento ondulante de la luz de neón de la sonrisa evita tantos accidentes. Ahora la gente choca ¡feliz!, como en la feria en los carritos chocones.


© José Ángel Corona

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