miércoles, 8 de agosto de 2018

Historia Suelta (Eligio)

A partir de ahí ya nada fue lo mismo: la pequeña mancha oscura había aparecido sin la más mínima previsión; era incurable. Según los médicos, no tenía explicación: hacia donde fuese que mirara, el punto estaba ahí, en medio de todo como un agujero negro por el cual ninguna luz escapa. De verdad que fue increíble la tranquilidad con la que Eligio aceptó su futura ceguera ese mismo día, cuando apareció adherido aquel punto misterioso dentro de su mirada.

Y claro que fue empeorando. Por favor. El punto crecía de manera alarmante. Así mismo. Pobre Eligio, cada vez veía menos: sólo una mancha desenfocada en el centro de su mirada que no le permitía ver lo que había detrás o delante (O en el medio, si nos ponemos filosóficos) de lo que estaba mirando frente a él. Tuvo que, en poquísimo tiempo, aprender braile y usar bastón; dejar su trabajo y conseguirse un perro guía, porque Eligio no tenía hijos, ni hermanos, ni nada de eso que se llama familia; pero, tenía una cuenta de ahorro. Y bueno, por supuesto que la mancha creció hasta que casi ya no pudo ver nada excepto un gran hueco desenfocado que tapaba todo el panorama admirable de lo que solía ver. Sólo los bordes conservan el reflejo de su realidad. Vale, digamos que sí; Eligio no está del todo ciego: su visión periférica se mantiene intacta, como un marco nítido que rodea todo el vacío que no puede ver. Al principio no parecía que estaba ciego. Cuando lo veíamos caminar era como si pudiese ver todo. Jamás tropezaba con nada.

Y fíjate, esa mañana sí que Eligio nos dejó locos a todos cuando nos contaba que se había levantado sin poder creer lo que le estaba pasando: cuando despertó, dentro de la mancha había un lugar. Estaba allí claramente, pero no se parecía en nada a lo que uno acostumbra a ver acá, nos decía. No era la misma luz. Eran otras cosas las que estaban y nada hecho por el hombre. Hacia donde mirara había algo nuevo. Era otra gente ¿Cómo? Así mismo. Era otra cosa. Y no paraba de ver ese mundo mientras nos hablaba con la mirada vaga y maravillada. Pero, digamos que no; no se volvió loco, aunque el final  les asegure lo contrario. Pudo, a medida que exploraba el lugar, conocer gente de allá (O de acá, si nos ponemos filosóficos) Pudo entenderlos. Incluso, se comunica con ellos. Sí, con el tiempo, Eligio desarrolló una capacidad de ver y de interactuar con esa realidad paralela que estaba amalgamada a ésta, a pesar de no presentirse la una de la otra. Increíble.

Nadie lo pudo entender. Ni lo hará. Pobresito-se-volvió-loco decía la gente que lo veía hablando solo, balbuceando sílabas y moviendo las manos en el aire. Se quedaba en la calle hasta tarde y aunque no comía, decía que había probado frutas tan increíbles y sabrosísimas que ni podríamos imaginar, por favor. Que se había bañado ya, aunque no parecía. Que la gente allá es una nota, si supieras; pero que no había pan, así que la gente de acá le regalaba pan cuando lo veía por ahí moribundo, resguardandose de su lluvia matutina, así hubiese el sol más inclemente aquella tarde. Qué te puedo decir ¡Coño que no estoy loco, ustedes no saben nada! le gritaba a la gente necia.

Ayer me lo encontré. No me vio ahí sentado frente a él, fumándome un cigarro, porque Eligio estaba muy concentrado explicándole a algún-alguien de por allá la conjugación y significado del verbo “Conocer” junto con todas sus variantes, anotando cosas en una libreta que yo no pude ver. Se lo explicaba como si hablara con un niño, como si le enseñara español con un tono paternal. Por como vi el panorama, podría jurar que Eligio al fin ya tiene familia. Y que hasta esposa también tiene, me dijo otro amigo que lo vio el otro día en la plaza como si estuviese enamorado.

Fíjate tú, maravillosa locura de mundo que nos tocó. Por otro lado, aún nadie ha podido explicar qué le pasa. Gracias al cielo. Para el bien de Eligio, a nadie le importa.

1 comentario:

Pietro dijo...

Creo que he tenido algunos momentos a lo Eligio. Excelente