martes, 29 de marzo de 2016

Historia Suelta (Tomás)

Desde el mismo día en que nació, a Tomás le dieron cinco frasquitos, cada uno con una especie de esencia –por así decirlo– resguardada en su interior. Le dijeron: Tomás, acá tienes los amores de toda tu vida ¡Que va a ser larga, hombre! Así que adminístralos bien ¿Vale? Solo abres uno y listo, ya está: todo bello.

Así fue: Tomás tenía encanto. No cabe duda de que su vida fue la de un hombre afortunado; pero, los hombres se corrompen fácilmente. En una noche de su juventud –días antes de que se le acabara su último frasquito, luego de que pasaran años en intentos fallidos– pudo al fin conseguir un genérico de la esencia ésta, que aunque no esté ni cerca de ser un perfume, poseía propiedades idénticas a la de los óleos y los aromas. Cosa de locos, no cabe duda. Tomás, junto con todo su carisma, logró convencer a un amigo químico y ¡Eureka! Amor ilimitado en botellitas desechables –con efectos secundarios que nadie pudo notar en aquel entonces– listas para ser vendidas como droga ilegal.

Hicieron millones con eso. La gente se volvía loca: ¿Amor en frasco a una tapita de distancia de la plena felicidad? A ver… Dame dos. Dame cinco. Ochocientos millones de frasquitos, por favor. Hasta sacaron una línea de lapiceros que hacían que la gente escribiera poesía. Hubo un tiempo en que las personas ya no leían, sino que escribían. Los libros comenzaron a salir con páginas en blanco para que la gente los llenara. Nadie los volvía a leer después de escritos. Desaparecieron las publicaciones; la gente se escribía sus propios libros, imagínate tú. Desastre. Todos los adictos al amor vivían como cautivados en un sueño, andaban por ahí, besándose y follando plenamente con sus múltiples almas gemelas. Faltaban al trabajo, a la universidad, a sus casas; la gente estaba alocada.

Todo se salió de control, obviamente. Hubo tanto amor por un lado del mundo, que por el otro brotó la miseria y el odio. Hicieron la guerra y murió una cantidad inmensa de gente, espantoso, pero nadie lo notó ¿Por qué? La gente vivía enamorada, como podrás figurarte. Vino la guerra y luego la lluvia amarilla. Fin. Bastó para que la gente no se volviera a enamorar jamás. Los rusos, dicen algunos, pero hasta ahora no se sabe con certeza quienes habían lanzado la bomba que nadie recuerda.

La cosa es que Tomás, en su larga vida, jamás imaginó el desastre en que iba a resultar el lucro de sus ideas suspicaces. Para aquel entonces ya no habían abejas. Aun así, a la gente no le faltó la miel mientras duró el negocio.


Ahora, en una era más avanzada en donde la gente no se enamora y las abejas son robots, uno puede notar ciertas cosas, y estas cosas terminan por generarle a uno una especie de nostalgia: como el cariño. O los libros, por ejemplo. Dicen que antes, la gente escribía historias de personas y cosas que pasaban; sentimientos y sensaciones que ya ninguna palabra conocida pueda evocar. Eran cuentos sin sentido de significados dudosos. Gente que nunca existió, como Tomás, aunque la historia lo reconozca. 

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