El
sr. Marcos era muy impertinente. Un día, por andar contando lo que no debía,
vinieron unos hombres y le quemaron la lengua. Ahora, cuando habla, uno no
puede pasar por alto la pequeña marca: una equis que siempre pareciera estar en
llamas: sale de su lengua y hace que el desafortunado tenga que escupir cenizas
a cada rato, disculpándose, diciendo siempre la misma “verá usted, es que es un
mal de familia”. Y ya los cayos en las manos del pobre sr. Marcos no le
permiten taparse la boca cuando habla.
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