I
…eran estas cuatro lenguas, nuestras.
Impregnadas de vino, pretextos de vino tinto -como de sangre- como ese tinto apasionado, volátil, etéreo, ese que se percibe entonces en los ojos de las cuatro miradas como aureolas, estelas: nuestras tres lenguas, a besos, se tentaban con caricias inquisidoras, a saliva y respiros; a ritmos de calor y lujuria. A ritmo sinfónicamente impulsivo, juntaban seis labios, cuatro alientos, ráfagas de viento devorándose el aire alrededor, roces-tacto-efecto (otra cuarta lengua se placía en el lóbulo izquierdo y en el cuello de la de los labios de miel, y sus manos como aceite se diluían entre los poros, al roce de los ojos… su aliento la cubría como un manto) La sangre, hierve a gota viva… emanando como elixires que van vaporeando las pieles, juntas casi diáfanas unas de otras, sudores, confundíanse unos con otros. El roce plácido de las almas, el toque. Los besos que se perdían entre los labios, el muslo sobre la pelvis, los senos, los hombros, el roce entre los pies; nuestros dedos acariciando sus sexos con un hálito maravillado de complacencia… ellas dos (la de los labios, y Ana) llenando de luz las sombras con sus aromas. Los cuellos devorándose las mandíbulas. Trascendencia divina y terrenal. Ritmos corpóreos estremeciendo como esferas de energía la atmósfera… Los gemidos graves, los sutiles, las exhalaciones. Los otros muslos que se rozan; las manos alrededor del torso / a veces torsos pechos senos ombligos manos muslos nalgas, vulvas. Confundíanse en total conveniencia los brazos, a su vez que el fálico deseo se lanzaba a los delirios de las hespérides. Incontrolables: nuestras ocho rodillas, los ojos las lenguas los labios y las manos que se encontraban, enredaban y se fundían danzando sus caminos entre las caricias, las sábanas, los sismos y el hurto a luz de alma, de la razón… Nuestras espaldas, los soplos, las contorciones, los cabellos, las caderas, los senos los gemidos los espasmos la pasión a roce de labios, de barba; de contemplación carne a carne, de sexos, de las sales, sus sabores… del encuentro, los fulgores ígneos que tan bien conocemos -en esos casos-
Y en esos casos, la pena se corrompe.
II
Somos cuatro, almas abstraídas, manifestación de los perpetuos primitivos, luminosos, vibrantes, par de pares ¡sagrado Mándala! Impíos… como nido orgía de serpientes -que están siempre al ras de la tierra, con facultades de agua; pero, siempre a la tierra; de la tierra- y ofreciendo al universo el pragmático ritual (estallido de pasión abrumante, ofrenda de herejes desertores del común convenio, de mística pagana / si se quiere, si se presume les sea así suficiente para entendernos bajo sus velos; desde algunas de las perspectivas, seguro, desde los embauques estos, cínicos convenios que la razón hace al espíritu) ofreciéndole al inicio primero, entonces, a la esencia del caos primogénito, a la creación de la creación, estábamos los cuatro
¡Y te ofrecemos… Vehementes, en total complicidad contigo, junto a ti… Te ofrecemos nuestro caos, Cosmos!
Para entonces decretado al unísono, lo escribimos, hicimos una hoguera a punta de caricias, de aliento, de fusiones; con las manos en la piel… con respiro.
Las cenizas, se las dejamos a la luna y al viento.
III
Para entonces,
no habría mejor forma.
2 comentarios:
metafísico, mastro... me gustó la alegoría.
Este me gusta, el olor de las lenguas... todo al unísono... vos cambias siempre, como la serpiente, pero con el mismo veneno y los mismos colmillos..., aunque te prefiero en poesía absoluta que en párrafos...
D
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