En honor a José Rafael Pocaterra...
Estas falsas y piadosas convicciones ya a Martin lo tenían harto.
¿Piadosas? Discúlpeme: patéticas, lastimeras, como una colmenas de bacterias débiles nacidas del propio desdén de quien no es capaz de activar sus propios mecanismos internos, psicosomáticos, qué sé yo… balurdes manufactureros del convenio cemento/ladrillo; mediocres cuyo entendimiento se esmera en la pura palabra y ni va más allá.
¿La acción? Esa se la dejamos al inhala aire, aquí, al pulmón; la nariz; al come aquí, habla aquí, lame aquí, métete aquí, anda así, toca aquí, sopla aquí y no hagas nada de lo contrario. Movimiento de A a B (flechita) un-dos-tres ¿Acción?
¿Qué es eso?
Y se rasca el ombligo, como si le picara, como si le recordara vagamente ese vínculo sagrado que tiene consigo mismo, el deber de hacer, el sentimiento, la cosa. Se rasca / que si ella, que si su pasaporte, que si no quiero, qué si irá a llover, todo eso / piensa, mientras se rasca y medita sobre las convicciones que ya lo tenían harto.
Eufemiano -para ese instante- pasó a ser un borroso bosquejo mal hecho de una idea maltrecha, un mero soborno justificado por el arte: letras en un guión/oraciones/palabras, balbuceos y desatinos, patéticas excusas para hacerse el loco en el asunto cual no tenía vía alterna…
II
Ya el aire olía a impaciencia.
Pronto saldría de su estado contemplativo. Ya eran las 5 p.m. y a Laura (la actriz principal) le quedaba poca paciencia en aquellas tablas, y además, no tenía ningún problema con el performance de su muerte. Él no podía seguir con su dilema existencial con el personaje: el director-escritor refutó, tenía que cuadrar lo de las pistas de sonido, no había tiempo, “el guión se queda así” Al fin y al cabo, a las 7 llegaba la gente a este teatro a ver La Obra, con todas sus expectativas; el arte, el cierre, la cosa… ¡y la cosa era así! no había tiempo de cambiar esa escena: el personaje habla esto y aquello, y lo que habla, lo hace así. El personaje es así, sin más.
Pronto saldría de su estado contemplativo. Ya eran las 5 p.m. y a Laura (la actriz principal) le quedaba poca paciencia en aquellas tablas, y además, no tenía ningún problema con el performance de su muerte. Él no podía seguir con su dilema existencial con el personaje: el director-escritor refutó, tenía que cuadrar lo de las pistas de sonido, no había tiempo, “el guión se queda así” Al fin y al cabo, a las 7 llegaba la gente a este teatro a ver La Obra, con todas sus expectativas; el arte, el cierre, la cosa… ¡y la cosa era así! no había tiempo de cambiar esa escena: el personaje habla esto y aquello, y lo que habla, lo hace así. El personaje es así, sin más.
Aunque no quisiera, Eufemiano terminaba matando al final a Acacia.
III
Esa noche, Martin interpretaría a un hombre que se vuelve mujer y mata a su propia mujer porque lo engañó con un travesti.
IV
Al terminar, ni aturdidos por la ovación, pero engrandecidos por el buen trabajo hecho, fuéranse las gentes cada quien a lo suyo, hablando de la obra, después de los aplausos, la bulla, la señora que le dio el soponcio, la cosa… y quedaron ellos dos en el camerino, después de idos los demás actores, los técnicos; y el director-escritor, quien se fue, aparentemente satisfecho, creyéndose esto de que su obra fue todo un éxito (a pesar del guión decadente).
El asunto: ver lo que fue en aquel entonces el gesto de liberación más grande, sería como el darse cuenta que las olas del mar son y siempre serán, por el viento; un gesto cobarde, sí, pero bañado más no poder en las aguas de la resignación. Ellos dos, en el camerino, frente a un espejo con bombillos, respirando un aire de talco, ella quitándose el maquillaje: se vieron a los ojos mirando el espejo, y bastó ese momento. Una mirada cargada con todo el poder de la pasión, de la alegría de lo que fue para no ser… de las historias estas, de amores, desencantos, de pasiones y finales atroces. Laura miró a Martín y le dijo, sin susurrar ni tan solo una palabra le dijo, con un brillo enternecedor en sus pupilas, que le fuera grandioso en la vida, que lo amaba y por eso se alejaba, que lo entendía, que por favor él la entendiera; que era especial a un punto indefinible, pero ya nada podría ser, que la luna ya cumplió su ciclo. Todo eso y el reloj sonó. Ella se lanzo a sus hombros, lo abrazó con unas fuerzas que desprendían una luz radiante, y ¡le estampó aquél beso en los labios!, llenos aún de pintura, de mentiras, de deseo… Y justo ese instante, todo esto bastó para que se sellara su agonizante historia.
Ella tomó su pasaporte y se fue, cruzó la puerta dejando una estela en el aire polvoriento, una sutil última caricia que le rozo el rostro a Martín. Se iba a los países del sur por un largo tiempo (tú sabes: que si el teatro venezolano náh, que en argentina la cosa va buena, que en chile va chévere; que si “expandir sus alas”; que si el cine, la vanguardia, la cosa… tú sabes)
Su avión partía en un rato.
V
Esa noche, Martín se quedó en el camerino largo tiempo sin escuchar sonido alguno que no fuera el de su propio dolor: tan funesto, amargo, irremediable… hasta que los de la vigilancia irrumpieran amablemente, luego de dar varias “vueltas”:
Váyase, señor, ya es tarde… al parecer, va a llover a truenos esta noche.
1 comentario:
buen homenaje, mastro; recuerdo que me dijiste que estabas leyendo al gran Pocaterra y mírenlo, pues, lanzándose sus relatos. bien.
saludos,
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