A Camilloctavio y Rómolo.
Creo que ese día era sábado. Estábamos en el patio de la casa de mis nonnos. Yo aprendía manejar bicicleta a los coñazos. Mi papá, sentado leyendo el periódico en el garage, cada vez que me veía caer se reía y me decía: Bueno pues, ¡Párate y sigue! Yo, un poco frustrado y molesto por su actitud –porque él estaba más ocupado leyendo ahí sentado como un sultán, que viéndome mientras lo hacía– me levanto y sigo en mi intento por mantener la bicicleta andando. Me caí unas ocho veces más y fue cuando logré mantener el equilibro, que le grité: ¡MIRA! ¡MIRA! ¡YA NO ME CAIGO! mientras hacía círculos pedaleando por todo el garaje, orgulloso y feliz. Él, tranquilamente bajó su periódico y me miró: jamás olvidaré su expresión de satisfacción: él confiaba; ya sabía que lo iba a lograr.
Recuerdo también que mi nonno manejaba su carro a 20 Km/hr. cuidando de que no me pasara nada mientras andaba en la bicicleta, acompañándolo a comprar el periódico en un kiosco de las afueras, como siempre lo hicimos todos los domingos que compartimos en mi infancia. Él me hacía de escolta en el recorrido de ida y vuelta a la casa, sin quitarme su mirada de ojos azul grisáceo de encima, mientras yo pedaleaba cada vez más fuerte; cada vez más rápido, sin las rueditas traseras de apoyo a los costados de la bicicleta.
En la casa, mi nonna nos esperaba atenta: yo, como si de una misión especial se tratase, le entregaba el librito de pasatiempos y juegos de palabras que siempre mandaba a comprar en el kiosco con nosotros todos los domingos: ella hacía los crucigramas; yo, las sopas de letras y los dibujitos; mi nonno –como todos los domingos en la tarde– luego del almuerzo, desaparecía, porque es un mago; y los magos desaparecen.
Por su parte, mi papá siempre miraba el fútbol y me decía con cariño, papá.
2 comentarios:
Linda remenbraza de momentos que no volverán
Ningún momento vuelve. Ahí lo hermoso.
Un beso bella!
Publicar un comentario