Y cuando Andrés se despierta es la misma cosa: se sienta
en el borde de la cama abriendo sus piernas para que sus bolas respiren, mientras
estira la espalda y bosteza con la mirada perdida, como buscando un sueño que
ya no está. Se levanta. Se cepilla los dientes. Se baña, casi siempre con agua
fría. Después, se seca; se mira en el espejo; mientras escucha música, se viste.
La luz del sol entra por la ventana haciendo sombras en la pared blanca, donde
procura ponerse la ropa a la vez que agarra calor. Andrés baja las escaleras
del edificio tarareando una canción. Sale a la calle y afuera hay gente
bailando en la acera, como de costumbre en esta ciudad.
El trabajo de todos los días: contar hojas. Andrés es
vegetometrista y su labor es parecido al del cristalometrista, pero en vez de
contar piedras, cuenta las hojas, flores y los brotes de todas las plantas en
la ciudad. Esta información es vaciada en una base de datos increíble que usa
la gente curiosa. Y es que hay tanta curiosidad en el mundo que hasta las
mentiras te las cuenta un reloj que además, cuenta todos los pasos que das en
tu vida, así como también los chocolates que no te has comido aún o los bailes
que haces mientras caminas por la calle, como la gente normal. Pero, bueno, eso
ya lo sabes.
Lo que no sabes es lo que Andrés hace casi siempre
cuando, después del trabajo, llega a su apartamento: él abre el techo y apaga
las luces. Se prepara un té. Se acuesta en una colchoneta y prende el astrógrafo.
Mira las estrellas. Y las estrellas hablan. Cada una está como echando cuentos
sola en un monologo eterno consigo misma y ninguna parece dialogar con otra. Es
espeluznante. Andrés es uno de los pocos que les gusta perder el tiempo
escuchando a las estrellas. Y es que hay tantas estrellas que se pueden ver
desde el mundo, que casi no se les entiende porque sus luces vienen desde distintos
lugares, lo que hace más difícil comprenderlas. Además, todas hablan a la vez.
Con el tiempo, Andrés pudo darse cuenta de algo que no
era tan evidente: cuando una estrella explota, lanza un grito descomunal y se
convierte en nebulosa. Al pasar las eras, se forman nuevos soles y todos hablan
entre sí. Realmente son conversaciones exquisitas ¿Para qué decir más? Lástima
que no duran mucho. Poco a poco, mientras se van formando sus planetas, lunas, asteroides,
hoyos negros, etcétera; mientras van alejándose unos de otros dentro de sus
galaxias lejanas y misteriosas, el hábito del habla jamás desaparece, pero sí la
habilidad de comunicación. Todos estos soles terminan siendo estrellas
parlanchinas que no paran de echar los cuentos de lo solas que están.
Hay unos pocos soles silenciosos, pero de éstos, Andrés
tiene poca pista. Se dice que en un futuro se podrán hacer mejores artefactos
que nos permitan comprender las cosas que pasan en nuestro insólito universo.