sábado, 18 de octubre de 2008

El valor Absoluto


Los recuerdos se revuelven en los mares
caen como gotas
y se disuelven en las fosas del presente.
Entonces,
todo aquello de lo cual se jactan mis convicciones
precipita como un barro negro
y viscoso. Insoluble.

Sale la luna y agita aún más.
Entonces, sea: que se revuelvan las aguas
y del fondo emerge un negro insoluble.
Ahora, todo se vuelve
un mero desastre.

¿Decantar?
¿Destilar?
¿Refinar?
El comienzo se vuelve
la partida.

- ¿Te cercioraste de no haber cerrado las puertas?
Las llaves siempre cambian sus formas.

Salgo de los mares con los pies atados a la arena
El barro viscoso es una mugre que se adhiere y disimula la desnudez.
¿Tus manos me esperaran sobre las piedras del río?
(El barro por muy insoluble,
no soporta el correr de las aguas dulces)
¿O tu mano sin querer buscó la mía
mientras salías, junto conmigo
de aquel desastre?
Fuera como fuese, que sea así.

En tus ojos consigo el resplandor de las raices de la selva
tu piel es la flor exótica que se esconde en el follaje.

domingo, 5 de octubre de 2008

La obra (La Muerte de Acacia)

En honor a José Rafael Pocaterra...



I

Estas falsas y piadosas convicciones ya a Martin lo tenían harto.


¿Piadosas? Discúlpeme: patéticas, lastimeras, como una colmenas de bacterias débiles nacidas del propio desdén de quien no es capaz de activar sus propios mecanismos internos, psicosomáticos, qué sé yo… balurdes manufactureros del convenio cemento/ladrillo; mediocres cuyo entendimiento se esmera en la pura palabra y ni va más allá.

¿La acción? Esa se la dejamos al inhala aire, aquí, al pulmón; la nariz; al come aquí, habla aquí, lame aquí, métete aquí, anda así, toca aquí, sopla aquí y no hagas nada de lo contrario. Movimiento de A a B (flechita) un-dos-tres ¿Acción?

¿Qué es eso?

Y se rasca el ombligo, como si le picara, como si le recordara vagamente ese vínculo sagrado que tiene consigo mismo, el deber de hacer, el sentimiento, la cosa. Se rasca / que si ella, que si su pasaporte, que si no quiero, qué si irá a llover, todo eso / piensa, mientras se rasca y medita sobre las convicciones que ya lo tenían harto.

Eufemiano -para ese instante- pasó a ser un borroso bosquejo mal hecho de una idea maltrecha, un mero soborno justificado por el arte: letras en un guión/oraciones­­/palabras, balbuceos y desatinos, patéticas excusas para hacerse el loco en el asunto cual no tenía vía alterna…

II

Ya el aire olía a impaciencia.
Pronto saldría de su estado contemplativo. Ya eran las 5 p.m. y a Laura (la actriz principal) le quedaba poca paciencia en aquellas tablas, y además, no tenía ningún problema con el performance de su muerte. Él no podía seguir con su dilema existencial con el personaje: el director-escritor refutó, tenía que cuadrar lo de las pistas de sonido, no había tiempo, “el guión se queda así” Al fin y al cabo, a las 7 llegaba la gente a este teatro a ver La Obra, con todas sus expectativas; el arte, el cierre, la cosa… ¡y la cosa era así! no había tiempo de cambiar esa escena: el personaje habla esto y aquello, y lo que habla, lo hace así. El personaje es así, sin más.
Aunque no quisiera, Eufemiano terminaba matando al final a Acacia.

III

Esa noche, Martin interpretaría a un hombre que se vuelve mujer y mata a su propia mujer porque lo engañó con un travesti.
IV

Al terminar, ni aturdidos por la ovación, pero engrandecidos por el buen trabajo hecho, fuéranse las gentes cada quien a lo suyo, hablando de la obra, después de los aplausos, la bulla, la señora que le dio el soponcio, la cosa… y quedaron ellos dos en el camerino, después de idos los demás actores, los técnicos; y el director-escritor, quien se fue, aparentemente satisfecho, creyéndose esto de que su obra fue todo un éxito (a pesar del guión decadente).

El asunto: ver lo que fue en aquel entonces el gesto de liberación más grande, sería como el darse cuenta que las olas del mar son y siempre serán, por el viento; un gesto cobarde, sí, pero bañado más no poder en las aguas de la resignación. Ellos dos, en el camerino, frente a un espejo con bombillos, respirando un aire de talco, ella quitándose el maquillaje: se vieron a los ojos mirando el espejo, y bastó ese momento. Una mirada cargada con todo el poder de la pasión, de la alegría de lo que fue para no ser… de las historias estas, de amores, desencantos, de pasiones y finales atroces. Laura miró a Martín y le dijo, sin susurrar ni tan solo una palabra le dijo, con un brillo enternecedor en sus pupilas, que le fuera grandioso en la vida, que lo amaba y por eso se alejaba, que lo entendía, que por favor él la entendiera; que era especial a un punto indefinible, pero ya nada podría ser, que la luna ya cumplió su ciclo. Todo eso y el reloj sonó. Ella se lanzo a sus hombros, lo abrazó con unas fuerzas que desprendían una luz radiante, y ¡le estampó aquél beso en los labios!, llenos aún de pintura, de mentiras, de deseo… Y justo ese instante, todo esto bastó para que se sellara su agonizante historia.

Ella tomó su pasaporte y se fue, cruzó la puerta dejando una estela en el aire polvoriento, una sutil última caricia que le rozo el rostro a Martín. Se iba a los países del sur por un largo tiempo (tú sabes: que si el teatro venezolano náh, que en argentina la cosa va buena, que en chile va chévere; que si “expandir sus alas”; que si el cine, la vanguardia, la cosa… tú sabes)
Su avión partía en un rato.
V

Esa noche, Martín se quedó en el camerino largo tiempo sin escuchar sonido alguno que no fuera el de su propio dolor: tan funesto, amargo, irremediable… hasta que los de la vigilancia irrumpieran amablemente, luego de dar varias “vueltas”:

Váyase, señor, ya es tarde… al parecer, va a llover a truenos esta noche.

Un Ritual Pagano



I


…eran estas cuatro lenguas, nuestras.

Impregnadas de vino, pretextos de vino tinto -como de sangre- como ese tinto apasionado, volátil, etéreo, ese que se percibe entonces en los ojos de las cuatro miradas como aureolas, estelas: nuestras tres lenguas, a besos, se tentaban con caricias inquisidoras, a saliva y respiros; a ritmos de calor y lujuria. A ritmo sinfónicamente impulsivo, juntaban seis labios, cuatro alientos, ráfagas de viento devorándose el aire alrededor, roces-tacto-efecto (otra cuarta lengua se placía en el lóbulo izquierdo y en el cuello de la de los labios de miel, y sus manos como aceite se diluían entre los poros, al roce de los ojos… su aliento la cubría como un manto) La sangre, hierve a gota viva… emanando como elixires que van vaporeando las pieles, juntas casi diáfanas unas de otras, sudores, confundíanse unos con otros. El roce plácido de las almas, el toque. Los besos que se perdían entre los labios, el muslo sobre la pelvis, los senos, los hombros, el roce entre los pies; nuestros dedos acariciando sus sexos con un hálito maravillado de complacencia… ellas dos (la de los labios, y Ana) llenando de luz las sombras con sus aromas. Los cuellos devorándose las mandíbulas. Trascendencia divina y terrenal. Ritmos corpóreos estremeciendo como esferas de energía la atmósfera… Los gemidos graves, los sutiles, las exhalaciones. Los otros muslos que se rozan; las manos alrededor del torso / a veces torsos pechos senos ombligos manos muslos nalgas, vulvas. Confundíanse en total conveniencia los brazos, a su vez que el fálico deseo se lanzaba a los delirios de las hespérides. Incontrolables: nuestras ocho rodillas, los ojos las lenguas los labios y las manos que se encontraban, enredaban y se fundían danzando sus caminos entre las caricias, las sábanas, los sismos y el hurto a luz de alma, de la razón… Nuestras espaldas, los soplos, las contorciones, los cabellos, las caderas, los senos los gemidos los espasmos la pasión a roce de labios, de barba; de contemplación carne a carne, de sexos, de las sales, sus sabores… del encuentro, los fulgores ígneos que tan bien conocemos -en esos casos-

Y en esos casos, la pena se corrompe.

II


Somos cuatro, almas abstraídas, manifestación de los perpetuos primitivos, luminosos, vibrantes, par de pares ¡sagrado Mándala! Impíos… como nido orgía de serpientes -que están siempre al ras de la tierra, con facultades de agua; pero, siempre a la tierra; de la tierra- y ofreciendo al universo el pragmático ritual (estallido de pasión abrumante, ofrenda de herejes desertores del común convenio, de mística pagana / si se quiere, si se presume les sea así suficiente para entendernos bajo sus velos; desde algunas de las perspectivas, seguro, desde los embauques estos, cínicos convenios que la razón hace al espíritu) ofreciéndole al inicio primero, entonces, a la esencia del caos primogénito, a la creación de la creación, estábamos los cuatro

¡Y te ofrecemos… Vehementes, en total complicidad contigo, junto a ti… Te ofrecemos nuestro caos, Cosmos!

Para entonces decretado al unísono, lo escribimos, hicimos una hoguera a punta de caricias, de aliento, de fusiones; con las manos en la piel… con respiro.

Las cenizas, se las dejamos a la luna y al viento.

III


Para entonces,

no habría mejor forma.